
Lo mejor de todo es que en ese instante la entrevista pasa a un segundo plano y solo se trata de compartir y escuchar lo que alguien como Alfosea tiene que decir. Ya lo cuenta también en sus canciones, pero ahí en la plaza de El Raval estábamos en otro registro muy acogedor. Y a uno se le olvidan las prisas, se vive más despacio, se habla, se escucha, no se tiene la sensación de estar "trabajando" para la revista.
Es más bien como si hubiéramos sacado un par de sillas a la puerta de casa, como hacen en los pueblos después de la siesta. ¡No me digáis que no se echa en falta a veces esa sensación! Desde luego es mucho más saludable desintoxicarse así de los avatares del día y mucho más enriquecedor que quedarse pegado al televisor. Como me contaba el propio Alfosea, probablemente nos encontremos al vecino en el ascensor y no sepamos qué decir ("¡por Dios, que llegue rápido a mi piso y voy a tener que hablarle del tiempo!").
Menuda diferencia! Hacía buen tiempo, no estábamos en ningún ascensor. Solo tomando un café y quisimos compartir muchos recuerdos, anécdotas, desgracias, música y risas... sin conocernos apenas nada. Gracias por el buen rato, Alfosea.