domingo, 10 de marzo de 2013

Leer poco y bien

 Hace cuarenta años de María Van Rysselberghe podría ser considerada una narración lírica, pues su estilo cuidado acerca esta novela corta a la poesía en el sentido más esencial y delicado.
La lectura de este librito podría compararse a comerse el último bombón de una caja. Invita a releer cada página, cada párrafo, cada palabra, para paladear la belleza de sus sugestiones. 
“Ya ves, ahora los libros somos nosotros”, afirmaba él apartándolos con un gesto exagerado, como si nuestra ternura los hubiese dejado atrás y fueran ya un estorbo. Pero se recomponía enseguida, pues era consciente de que los libros garantizaban nuestra cordura: “Mejor no ser ingratos: incorporémoslos a nuestra alegría”. 
La historia es sencilla, pero también real. La escritora confiesa un amor auténtico, tal vez el más real que ha sentido, describe ese amor lejano en el tiempo y presente en su alma en cada día de su vida posterior. Fue un amor breve, que se sabía caduco, un encuentro adúltero entre ella y Hubert, bajo quien se esconde Émile Verhaeren. 
La pareja pasa unos días en una playa del norte, en la casa de la duna, y disfrutan de lo cotidiano y de lo sorprendente de cómo se reencuentran el uno con el otro cada mañana. Saborean esa soledad y sus juegos intelectuales interrumpidos de cuando en cuando por visitas que les recuerdan que esta unión está condenada a perecer, que su tiempo será breve, como el del propio libro. Y, sin embargo, nos llevarán a la conclusión de que ya nadie, ni el tiempo, les arrebatará lo vivido.
Lectura breve, de unas ochenta páginas, para leer despacio y con la sensibilidad y el ánimo libre de prejuicios. Entregarse a esta lectura, es entregarse a una "escritora secreta" y sincera.

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